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26 de abril de 2012

Efecto mariposa


No he visto la película, y no estoy muy dentro de lo que es el efecto mariposa. No sé mucho más que lo que se dice qué es, a lo mejor pasa como con el karma y la gente lo entiende y lo explica mal.
Yo entiendo el efecto mariposa como que una pequeña acción, en algún lugar y en algún tiempo, puede cambiar el discurrir de los hechos en otro lugar o en otro tiempo. Lo que se dice de que matar una mariposa puede desencadenar un terremoto sin saberlo.

Esto viene (como siempre) a que mi vida ha cambiado radicalmente en las últimas semanas. Y echando la vista atrás he conseguido unir una serie de puntos, aparentemente inocentes, que me han llevado al momento en el que estoy ahora. Quizás no han condicionado los hechos, porque creo que actué de manera libre, o por lo menos las decisiones las he tomado sola, y son bastante independientes de este efecto mariposa. Es decir, hubiesen pasado estas cosas o no, creo que hubiera actuado de la misma manera. Sin embargo, en la manera en la que me siento día a día, este efecto mariposa sí ha hecho algo.

El primer momento, el momento que desencadenó el resto, se remonta a finales de curso de 1º de carrera. Hace 3 años un día de estos. Tras pasar cosas extrañas en el piso, de enfadarme con mi compañero de piso, pasé unos días fuera, con David en su casa. Seguí trabajando en cosas de clase, creo que algún día fui a la Facultad, y luego volví al piso. Recuerdo exactamente el momento en el que volvía, no cabreada pero tampoco con ganas de aguantarlo, y al ir a abrir la puerta del piso, tenía él las llaves por dentro. Me escuchó intentar abrir y fue a quitar las llaves. Y en un gesto completamente infantil que me sacó de mis casillas, se escondió como para jugar. Ese gesto, ese momento, esa sensación de “no estoy para que me toques las pelotas” es el primer desencadenante.
A partir de ese momento pasé de él, vivimos casi un mes sin hablarnos ni vernos por el pasillo. Por supuesto, y pese a que el resto del curso había ido bien, no volvimos a vivir juntos al año siguiente.

Ese momento llevó al segundo: me cambié de piso. Busqué compañeros, busqué piso, y acabé viviendo con dos arquitectos (estudiantes de, dudo que a día de hoy hayan ejercido un solo día). Acabé hasta las narices de ellos, de Arquitectura, de sus estudiantes elitistas, de que me mirasen con superioridad por estudiar Filología, gustarme el metal, o cualquier chorrada suya. Creo que no puedo separar un solo momento concreto para marcar el siguiente desencadenante. Quizás, tras saber que no querían volver a verme al curso siguiente, ese mensaje que dejé en Facebook diciendo “tengo piso tengo piso tengo piso”, cuando hablé con quien fue mi compañera durante 3º y decidí irme a esa habitación, con esa gente. Imagino que hubo más momentos concretos, como las primeras semanas de curso, cuando salí por primera vez y uno de mis compañeros me vio vestida para salir un viernes por la noche y me puso cara rara y se comportó raro conmigo durante un tiempo. O no sé. Sería todo el curso un gran momento o desencadenante. Esa rabia que le cogí a ellos y por extensión a los arquitectos, y la necesidad de buscar otro piso y otros compañeros.
Así que mejor marco el segundo desencadenante como el momento en el que, en un banco del que luego sería mi calle (la mejor calle en la que he vivido, y a la que intentaré volver el próximo curso -si es que mi salida del país no se adelanta, como hablaré en otra entrada) decidí que me iba a vivir con ellos.
Resultó ser el mejor curso de todos en cuanto a piso y en cuanto a compañeros. Anímicamente fue una basura, pero para esto no importa. A veces, más que compañeros de piso, éramos amigos. Aún tengo algún contacto con ellos, y a uno me lo encontré el otro día en el autobús y estuvimos hablando sin ningún problema.
Durante el curso, no sé cuándo, encuentro el tercer momento, el gran desencadenante para este efecto mariposa, resultado de los otros dos. Durante el segundo cuatrimestre, mi compañera de piso, que estudiaba también filología, me dice que está cursando Literatura Francesa y puede que me guste esa asignatura, por si tengo que hacer alguna este curso. Me contó de qué iba, cómo se impartía, y me convenció. Y así, cuando fui a hacer la matrícula este octubre, la cogí, en vez de Literatura Gallega u otra más cercana a lo que ya conozco. Recuerdo también bastante claro ese momento. No sé por qué, yo estaba sentada en la mesa, ella en el sofá frente a la tele, y medio retorcida yo, estábamos hablando. Y me sonó bien la asignatura.

Son momentos aparentemente sin conexión entre ellos. Pero que mi compañero de 1º hubiese hecho ese gesto concreto aquel día me llevó al piso de 2º. Eso me llevó a los prejuicios (completamente conscientes) contra los arquitectos y luego a irme al piso de 3º. Allí conocí a mi compañera, que me recomendó esta asignatura.
Y el primer día de lite francesa, con retraso y cuando no esperábamos a nadie más, llegó él. Derrumbando todo lo que pensaba, con su sonrisa y sus ojos curiosos. Pero él ahora no es lo importante, o todavía no quiero hablar de él por aquí (tendré tiempo, espero). Lo que es importante es cómo ese gesto infantil de Freddy hizo que acabase matriculada en lite francesa.
Y tampoco es tanto lo que sienta ahora, o lo que haya hecho, por la fragilidad de todos esos momentos. De la importancia de todos los detalles, y de cómo se van sucediendo las cosas para cambiar el futuro. Si Freddy no hubiese decidido poner las llaves por dentro de la puerta, nos hubiésemos llevado bien como lo más probable. Hubiésemos buscado otro piso, y no habría ni arquitectos, ni lite francesa, ni todos los buenos momentos del curso pasado.

Sin embargo, no hay un efecto mariposa para explicar cómo actúe hace casi un mes, cuando decidí cambiar todo lo que esperaba de mi vida por algo completamente indeterminado sobre lo que ni siquiera había pensado. Es un cúmulo de cosas ajeno a todo lo que acabo de explicar. No quiero que se le echen las culpas a él, o a mí, o a mis compañeros variados de piso, de lo que acabó pasando. Al contrario, me da la sensación de que el desgaste que fui sufriendo fue independiente de lo que fuimos viviendo, y que pasara lo que pasara, iba a sufrirlo igual, para acabar de la misma manera estuviese esperando ahora para entrar a clase de literatura francesa o no.

Llevaba varios días pensando en esto. Y aunque esta sucesión de momentos sea tan frágil, me parece imposible que no hubiese ocurrido. Cómo podríamos ir los dos por el pasillo sin caer el uno en el otro, aunque no compartiésemos asignatura. Realmente, cómo podría ir yo por el pasillo y no verlo. Cómo no cruzármelo en el bus y no fijarme en él.
Pero las cosas no han sido así. De momento, me quedo con sus sonrisas, con los pocos abrazos que le pude arrancar, con la determinación que me está creciendo por dentro, con mi spleen cunado él se va, con Baudelaire, con Merimeé, y mi sonrisa cada noche antes de dormir.

2 comentarios:

Sandra dijo...

El detalle más pequeño, en el momento oportuno, puede cambiar una vida por completo.

Me ha parecido muy curiosa la sucesión de hechos y cómo desencadenan los unos en los otros... Espero que la cadena sea un timón que te lleve a buen puerto.

¡Un abrazo!

Isi G. dijo...

Sand tiene razón. El hecho más pequeño puede tener consecuencias, así que espero que todo esto lleve a alguna parte (y haya buen resultado, por supuesto)

Besos^^