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20 de junio de 2009

Libre - Diario 7

El comportamiento humano todavía me sorprende. Es imprevisible.
Desde finales de mayo no le hablo de a mi compañero de piso. Por cosas que hacía decidí que era mejor no hablarle, porque si no acabaría a gritos y no soy de esas.
La primera semana de junio, reclamando atención, hizo algo que no pude perdonarle. Simplemente se pasó, dentro de todo lo que había estado tirando de la cuerda durante el curso, la rompió. Eso se juntó con que tuve que arreglar un desastre que él solito había estado construyendo en la cocina durante una semana, y exploté. Decidí que semejante ser no merecía mi atención.
Después de la noche en la que rompió la cuerda me fui del piso durante una semana. Me fui con David a su casa, para tranquilizarme yo y para ver cómo arreglaba lo que me había enfadado tanto durante una semana.
Me fui un viernes por la mañana y volví el jueves al mediodía. Más o menos había arreglado el desastre aquel, aunque decidí que era mejor pasar de él, hacer como si no existiese. No estaba premeditado, solamente venía enfadada pensando en lo que me podía encontrar al entrar al piso, y cuando intenté abrir la puerta, estaba cerrada por dentro. Él escuchó que intentaba entrar y me la abrió, y se escondió, de manera que yo interpreté que quería jugar a las tonterías.
No, niño, no funciona así.
Me encerré en mi habitación, a recoger, estudiar, o a mirar para el techo, pero, desde luego, no a hacerle caso. Desde ese momento hice que vivía sola.

Hasta el viernes 19 yo iba y volvía de casa de David como él había entrado y salido del piso cuando simplemente le daba la gana. De todas maneras, en el piso no había nadie más, a nadie debía importarle si estaba o no estaba. Ese viernes, al volver yo de la Facultad, bajando en el bus vi cómo subía con su madre y todas sus cosas (televisión incluida) al coche del padre.
Pasé de ellos, que ni me saludaron, y entré en el portal. Efectivamente, al llegar al piso no había nada suyo.


Pero cuando digo nada, me refiero a nada. Se llevó la televisión, la cafetera, los platos suyos, sus cubiertos, la freidora, los restos de comida que él había traído para el congelador hacía tiempo… Tanto, hasta el cenicero que compró hace meses para David y para Tenshi, o en general para quien fumase en el piso (porque ni él ni yo fumamos) por 0,50€ en los chinos.
Bueno, no todo: quedó su cama perfectamente hecha. El edredón, la almohada, una manta, y las sábanas. Supongo que tiene intención de subir algún fin de semana de aquí a que se nos acabe el contrato (a final de mes), intuyo que San Juan, y ahí es cuando me voy a reír yo, porque estamos haciendo planes y como poco vamos a ser 5 la mañana del 24.
Y ahora, otro dato: uno de estos días pasados una chica de mi clase de 2º de Bachillerato que tengo agregada al msn desde hace años y con la que nunca había hablado por ahí, me abrió conversación. Directamente me preguntó si él había “vuelto a casa”, y, sincera, le dique que no lo sabía ni me importaba. Y ya pasó a preguntarme si estaba enfadada con él y por qué.
Como le dije, no estoy enfadada. Sino que, simplemente, el respeto que hacía que pudiésemos convivir se acabó. Es decir, lo acabó. Pero eso no significa que vaya a contar el motivo de por qué se rompió, de por qué decidí que era mejor ignorar su existencia, cuando es algo que hace tiempo que me hizo prometer que no diría. Y no lo dije. La chica estuvo presionándome una media hora para que se lo dijese, y no se lo dije. (Cosa aparte: supongo que él le dijo que me preguntase a ver por qué no le hacía caso; dejé de hacer esas cosas en Primaria, si quieres saber algo, lo preguntas)
Y ahora, volvemos a lo de antes: me parece muy infantil y muy egoísta por su parte ese gesto de llevarse todo lo suyo. Mío, mío, mío, no me hablas, entonces me lo llevo todo. La freidora, la cafetera, la televisión, etc. es comprensible, son cosas que querrá tener en casa, y que a lo mejor necesita, o que cuando venga ese fin de semana no se lo puede llevar a casa. Pero el cenicero, joder. Sabiendo que él no lo necesita, ni él ni sus padres fuman; que no es nada de valor, joder, 0,50€; y que sabe que nosotros sí lo usamos, porque mi novio y mis amigos fuman, me parece un gesto totalmente desconsiderado. Y estoy prácticamente segura de que no fue algo inconsciente: vio el cenicero, y, sabiendo todo esto que acabo de decir, lo cogió y se lo llevó.
Me parece genial la estima se me tiene. Me habría sido muy fácil contar a cualquiera –a la de mi clase del año pasado, aquí en el blog, gritándolo por la calle- todo lo que hizo durante el curso para que la convivencia se complicase, tirando y aflojando de la cuerda, probando hasta donde podía llegar. Pero no lo hice.
Y él se lleva el cenicero. Y los cuchillos. Y el escurridor de los cubiertos. Y hasta la alfombrilla de la bañera.

Y siento haber intercalado esto con las entradas sobre las fotos del piso, no tenía intención, pero tampoco contaba con que pasase esto.

1 comentario:

Isi G. dijo...

Pues vaya desconsiderado tu compañero o el ser ese que vivía en la habitación.

Besotes guapa^^