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11 de agosto de 2013

15 días con él

Se me ha ido medio agosto sin darme cuenta. He estado 15 días con Gerardo, y cuando nos dimos cuenta, además de habérsenos agotado el tiempo juntos, habíamos pasado unos días perfectos y habíamos adelantado 15 días en el calendario.
Por fin se vino al norte, y parece que se ha ido enamorado de Galicia. Llegó el domingo 28 a mediodía, pero para no perder las costumbres, yo tuve que salir de casa alrededor de las 10 de la mañana. Cogí el único bus del día que me permitía estar en Coruña a las 6 de la tarde, cosas de vivir en el tercer mundo. Salí temprano de casa, llegué al mediodía a Coruña, perdí algo de tiempo caminando y comí temprano en un local de pinchos mezcla de Lizarrán con 100 Montaditos. No me acuerdo mucho de qué tal estuvieron, porque tenía la cabeza puesta en el aeropuerto de Valencia.
Intenté perder el tiempo más rato, pero siendo domingo no tenía muchas cosas que hacer que ir al aeropuerto y esperar. Llegué muy temprano, como a las 3 de la tarde, y me puse a leer bajo el panel de llegadas. Gerardo siempre fomenta mi lectura (ya veremos que no fue la única vez en 15 días) y en el tiempo que estuve leyendo avancé casi 200 páginas de El Médico, libro que me regaló por mi cumpleaños y con el que llevo más de un mes ya, aunque lo estoy disfrutando mucho. Cuando en el panel de llegadas empezaron a anunciar que su avión llegaría a tiempo (cuando apenas había llegado a Madrid para hacer enlace entre Valencia y Coruña) no me dio la paciencia para leer más y me puse a pasear. Y se acercaba la hora de llegada. Y la gente con transporte normal empezaba a llegar al aeropuerto. El panel cambió a “llegada” y me puse casi histérica.
Se abrieron las puertas de salida de los recién aterrizados, y salieron los que llevaban equipaje de mano. Pero las maletas no debían salir por la cinta porque a través de las puertas veíamos sombras pero nadie más salía. Y empezaron a llegar.
Y llegó. Y corrí a abrazarle. Después de 4 meses, conseguía tenerlo a mi lado de nuevo. Cuando rozábamos el escándalo público, fuimos a recoger el coche alquilado y en todo el tiempo que estuvieron comprobando datos y esas cosas, no fui capaz de soltarle. No podía. Lo intentaba pero no podía.
Pero es algo que hace en mí. Lo tengo cerca, hayan pasado minutos desde que llegó o semana y media, y tengo que estar pegada a él.

Fuimos a por el coche de alquiler, e hicimos el viaje de vuelta a casa sin depender de transporte público, por suerte.
Fuimos al primer hotel en el que estaríamos alojados. Frente a la playa, desde la ventana de la habitación se veía la playa, el mar, los montes del otro lado de la ría, el cielo, y el amanecer en primera plana.
Como ya es tradición, el primer día de vernos no hicimos planes. Nos dedicamos a estar el uno con el otro, sin más. A tocarle, a darle besos y a acariciarle. Para compensar todos estos meses separados en los que solo quería estar un poco más cerca de él.
Estuvimos en mi pueblo desde ese domingo al miércoles siguiente, que salimos temprano. En ese tiempo (no recuerdo qué pasó en cada día) conocimos el pueblo, fuimos a recoger laurel para una tía suya, fuimos con el coche a comer a la cascada de Ézaro, paseamos por Ézaro, Gerardo tuvo su primer contacto con el Atlántico y con las mareas, probó por fin la empanada de pulpo y la de bacalao, fuimos a ver la puesta de sol a Fisterra (otro sitio que a mí me encanta y a él le encantó), nos escapamos un momento de noche para ver las estrellas desde la playa (no se veían tantas como yo quería, pero fueron más de las que tuvimos en Castellón) y un poquito en plan encerrona, él pudo conocer a algunos de mis amigos, a mi abuela, mi madrina y un par de tíos y primos.
El martes por la noche paramos en mi casa para cambiar mi maleta por la del Resurrection y para coger la tienda de campaña y los sacos. Salimos el miércoles muy temprano, mientras estaba saliendo el sol, para Coruña. Dejamos el coche de alquiler y nos cogimos un bus para Viveiro. El viaje se hizo muy largo. Salimos de Corcubión a las 9 y poco de la mañana, hora y media más tarde llegamos a Coruña, cogimos el bus de las 11 y media para Ferrol y llegábamos a Viveiro a las 3 y pico.
A pesar del hambre montamos la tienda y luego fuimos en busca de un supermercado, porque pensamos que sería buena idea no cargar con comida además de las tiendas y todo. Se podría decir que sobrevivimos al Resurrection gracias al poder de las empanadas: ese día y el resto (salvo un bocadillo y la pasta vegana de dentro del recinto) comimos a base de empanada. Y no es que lo pasáramos mal, porque fuimos variando de rellenos y no repetimos ningún día. Creo que para el Resurrection necesitaré redactar otra entrada aparte, porque lo merece. Fue muy muy grande.
Con pena, nos despedimos de Viveiro el domingo al mediodía, después de comer. Como los del festival que volvíamos a Coruña llenamos un autobús completo, la empresa se portó genial y nos hizo un viaje directo hasta allá: en vez de 3 horas y media y rezando para llegar a tiempo para coger el bus para Corcubión (teníamos 10 minutos entre la supuesta llegada de uno y la salida del otro) hizo un viaje directo y llegamos en una hora y media. Fue un viaje muy tranquilo, el 90% del autobús pasó el viaje durmiendo (incluso Gerardo se quedó dormido antes de arrancar siquiera xD).
Esperamos en la estación de buses para coger nuestro autobús, afónicos y doloridos, y a su lado se me hizo extrañamente corto el viaje de vuelta. Lo que normalmente son dos horas de tortura y mala leche, a su lado se pasó rápido, y cuando me di cuenta, estábamos dejando la tienda y los sacos en mi casa. Aún doloridos, fuimos caminando hasta Cee para el segundo hotel en el que estaríamos estas dos semanas (no quedaban habitaciones para el primero cuando quisimos hacer la reserva). Era bastante cutre, feo y sin vistas más que a un gallinero con un gallo cantor. Por suerte, estuvimos allí solo durante dos noches: yo tenía que trabajar el martes. Durante la tarde del lunes preparé las dos clases que tenía que dar el martes: con su ayuda y su cariño tardé menos de lo que normalmente tardo en hacerlo.
El martes al mediodía cogimos otro autobús para volver a Coruña. Me hubiera gustado no tener que hacer ese viaje corto y casi inútil a mi pueblo, aunque lo compensamos comiendo caldeirada de pulpo hasta casi reventar un día. De martes a sábado estuvimos en Coruña. En ese tiempo, arrasamos con el Viñetas desde o Atlántico, fuimos al Acuario y la Domus, dimos paseos por la ciudad y parece que él empieza a manejarse por ella, fuimos al cine por menos de 10€ los dos y fuimos hasta Santiago. Es una ciudad que me encanta, y me sorprendió que a él le gustase más Coruña. Le encanta el mar, y Santiago, de interior y con tanta gente como pillamos, no le hizo mucha gracia. Pasamos gran parte del tiempo que estuvimos allí sentados en un banco en la Alameda, bajo los carballos, tranquilos y solos. Intenté hacer un último esfuerzo para que le gustase más la ciudad y lo llevé a Follas Novas, y no funcionó del todo. Y ya que estábamos de ruta de librerías, cuando llegamos a Coruña (llegamos temprano, apenas las 7 de la tarde) fuimos hasta el Baúl de la Ronda de Outeiro.
Con los libros, en este tiempo en Coruña, hemos tenido una relación intensa. A él le gusta leer, y a mí me gusta leer. Mucho, a los dos. Y cuando reservamos hotel en Coruña lo cogí cerca de la Plaza Pontevedra para estar cerca de todo lo que queríamos ver, del mar y de casi todos los autobuses que pudiéramos necesitar. Lo que no sabía entonces era que íbamos a estar a cuatro pasos del Viñetas y de la Feria del Libro de Coruña.
Cuando él llegó de Castellón, yo tenía dos libros guardados para él. Uno porque lo vi de casualidad en San Jordi y me hizo gracia, y otro por su cumpleaños. El primero un libro de recetas para emancipados (guiño guiño) y el otro, una novela de Lovecraft ilustrada y editada al estilo de el Zorro Rojo. Y como yo tenía en casa repetido Muerto hasta el anochecer (el primero de True Blood) y lo iba a donar a la biblioteca, le dije si quería llevárselo y se lo cogió. Además, en el Viñetas, él me regaló el Bestiario de Lovecraft editado por el Zorro Rojo y yo le regalé Maus. Me había dicho hace tiempo que le habían hablado muy bien de él, y cuando lo vi y tras su regalo, fue para él. Además, para mí, me compré Persépolis completo en tapa dura (otro que llevaba persiguiendo tiempo) y tras un par de días dándole vueltas, me compré el de Un zombie se comió mi cupcake. Además, él se compró el nuevo de Aleix Saló, Europesadilla y uno de The Oatmeal: Cómo saber si tu gato planea matarte. Y él en el baúl se cogió una novela ambienta en el mundo de Warhammer 4000. Que volvimos a casa cargados de páginas.

Yo:

Él:
Y la novela de Warhammer, que apenas vi.

No está nada mal. Además, aprovechamos alguna de las tardes para leer juntos, cosa que me encanta hacer con él. En un par de tardes me terminé Persépolis, que ya estoy releyendo porque me ha encantado.

Además de pasear en Coruña, una noche fuimos a que conociera el Sham, aunque la parte de arriba estaba cerrada y la gramola desconectada. No había mucho ambiente porque fuimos temprano pero por lo menos pudo conocer el sitio y su cocina y yo volví tras casi dos años. También sacié mi antojo de churros (que tenía desde que el 1 de enero mi hermano no me trajo churros para desayunar) con grandes chocolates durante dos mañanas seguidas, comimos helado... fuimos a comer a un mexicano y otro día a un asiático. Son dos sitios a los que normalmente no hubiese ido, pero con él hasta me apetece probar comidas nuevas. En el mexicano descubrí los negritos y la salsa blanca de ajo. En el asiático muchas cosas más: además de aguantar toda la comida con los palillos, probé unas algas, volví a atreverme con los aperitivos de masa frita (hace unos años me sentaban mal y los abandoné), volví a probar el sushi (no me emociona pero estaba mejor que el otro que había probado), etc. A pesar de todo esto, el mayor logro es el de haber aguantado con los palillos sin desesperarme y pedir cubiertos xD

La mañana del viernes nos acercamos hasta un instituto, por motivos que tengo que explicar en otra entrada porque aquí quedaría demasiado pesado. Se nos olvidó que queríamos ir al Museo de ciencia y tecnología de Coruña, y tras comer en el asiático, nos instalamos en la habitación del hotel a aprovechar la última tarde juntos. Y tan bien que la aprovechamos. Las horas pasaron entre besos y caricias, repasando lo bien que lo habíamos pasado estas dos semanas, lo bien que habíamos comido, y perfilando planes de futuro, que se acercan y cada vez son más firmes. Sabemos que tenemos un futuro juntos y vamos a empezar a construirlo muy pronto.
Por la noche salimos a cenar, y luego dimos un paseo hasta María Pita. Más y más planes de futuro, porque quiero tener que despedirme de él muy pocas veces. Quiero tenerlo cerca, muy cerca, y mucho tiempo.

Al día siguiente, el sábado, salimos temprano para el aeropuerto. Su avión salía cerca de las 12 y como tenía que facturar y esas cosas, preferimos llegar sobre las 10 media. Poco después de facturar las maletas pasaba el control de seguridad y volvíamos a separarnos.
Pero esta vez será menos tiempo, sí o sí. Como contaré en otra entrada, si se alinean los planetas en un par de meses estaremos viviendo juntos, si no se alinean a lo mejor tenemos que esperar un poco más. Pero antes de que empiece el curso tenemos que volver a estar juntos. 4 meses es demasiado tiempo, y ya encontraremos un hueco.

Estos 15 días han sido perfectos. Hemos tenido de todo, literalmente: buenas comidas, cariño, momentos de risas y picarnos, paseos de día, paseos de noche, conciertos muy intensos, conciertos más relajados, conciertos buenísimos y conciertos peores. Hemos tenido planes de futuro, hemos tenido un reencuentro con nuestro pasado al conocer en persona a Vita Imana y compartir camping con Sobrino; hemos tenido estrellas por la noche y amaneceres, museos y juegos; tardes de mimos, siestas y lectura, y ferias del libro.
Ha sido, simplemente, perfecto.

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