Vivir en el rural gallego significa luchar, en algún momento de tu vida, contra el fuego. Llega el verano, tenemos un montón de monte, y mucho de él está sin cuidar. La maleza y los caminos destruidos por ella, las ramas secas y caídas, los toxos, y los pocos accesos que hay a ciertas partes de muchos montes es lo que dificulta que, una vez encendido un fuego, sea más difícil apagarlo.
Luego hay una clase de persona, que tiene que padecer alguna enfermedad, que disfruta prendiendo fuego en el monte para dejar que arda. Escuché el otro día que muchos de los incendios empiezan con quema de rastrojos, limpieza rápida de lindes (es más fácil dejar que el fuego lo lleve todo por delante a coger una máquina o una azada (fouciño) y cortar todo a mano), o con pequeñas fogatas para alejar a los jabalís de las huertas. Cualquier tontería de esas es muy fácil que se vaya de las manos y acabe arrasando un monte entero.
Recuerdo el verano del 2006, donde llegó a haber más de 100 incendios activos simultáneos solo en Galicia. En ese verano estaba con quien fue mi primer novio, y recuerdo, a la altura del 15 de agosto, ver por la noche las llamas rojas en el monte al otro lado de la ría, avanzar monte arriba y monte abajo, sin poder pararlos. Poco después hubo unas lluvias importantes, y junto a muchos otros errores en ese pueblo, la tierra del monte que había quedado desprendida en el incendio (las raíces se consumen y dejan huecos, los árboles mueren y ya no agarran la tierra) bajó junto a litros y litros de agua e inundó el pueblo casi entero.
Unos quilómetros más allá, en unas aldeas, estuvieron un par de noches despiertos, con las llamas rozando sus casas. Tenían para defenderse las mangueras con las que solían regar los jardines. Pasaron que yo recuerde, una noche, dando vueltas a sus casas, mojando las paredes, las ventanas, el techo, para que las llamas no se acercasen. Cuando controlaron el incendio y lo apagaron finalmente, muchos vecinos tuvieron que cambiar las persianas, porque el calor que desprendía el fuego las había derretido.
Los veranos de estos últimos tres años fueron bastante lluviosos, con lo que los incendios que llegaron a encenderse se apagaron pronto o no tuvieron “éxito”. Tenemos mucha maleza en el monte, y así como es fácil que prenda si está seca, es muy difícil que se incendie si está mojada.
Este año hace viento, más que lluvia. En estos dos últimos días, ya he visto volar a dos hidroaviones durante toda la tarde, para descargar un poco más allá de los montes que lindan con la ría, en la cara posterior.
Ayer tuve que ir a Coruña por la tarde para firmar el contrato del piso. De camino a Coruña me encontré con los restos del incendio de hace unos días. Es horrible ver un monte recién quemado. El suelo es negro como el carbón, y los árboles parecen postes delgados, negros, sin hojas y con unas pocas ramas. Los toxos son como pelotas de ceniza clavadas al suelo. La parte quemada no tiene una sola vida. No queda un árbol, ni una hierba. No hablemos de animales, pájaros, bichos. No queda nada. Solo se ve una llanura negra, quieta, y a lo lejos, árboles que se salvaron del fuego por unos metros.
Cada vez que pasamos con el coche por un monte así, sin querer, se hace el silencio. No hay nada que nos dé más miedo que el fuego. El mar no va a subir, ni la tierra se va a hundir. Le tenemos miedo al fuego, porque una vez que empieza, es muy difícil pararlo. Sobre todo por las noches es cuando más impotente te sientes, porque los helicópteros y los hidroaviones no pueden trabajar mientras no hay sol, y a pie estás muy limitado.
El fuego tampoco respeta nada: se lleva por delante quilómetros cuadrados de monte si le dejas, arrasa fincas, huertas, plantaciones (en 2006 arrasó con los viveros de una floristería bastante importante en la zona), hasta casas. Y una vez que pasa, la recuperación es demasiado difícil. Si llueve como pasó en el invierno del 2006 se puede venir toda la tierra abajo, dejando el monte sobre rocas. ¿Cómo recuperar eso? Incluso años después de haber ardido una zona, se puede notar el paso del fuego: los árboles que sobreviven siguen negros en la base, y muchos conservan ramas que no vuelven a sacar hojas; las piedras dentro de esa zona son negras, y como mucho, vuelve a crecer hierba.
Volviendo de Portugal, pasado Porto y pasada Braga, dentro de un tramo de 10km, llegué a ver 4 focos de incendios diferentes, además de un monte arrasado, que estaba activo cuando íbamos bajando de vacaciones.
Y ayer, volviendo de Coruña, a la altura de Vimianzo, dejábamos otro incendio activo que ya había llenado de humo el cielo, casi hasta llegar a mi casa.
El monte que pertenece a mi pueblo hace muchos años que no arde, creo que la última vez era yo un bebé. Es un monte totalmente sucio: las madereras cortan los troncos y dejan todas las ramas atrancando caminos, prácticamente nadie limpia sus terrenos, y muchísimos caminos están desaparecidos bajo las zarzas y toxos. Y por encima está lleno de eucaliptos, que cuando prende una hoja, se desprende de la rama y va cayendo, pero no hacia abajo, sino en diagonal hacia adelante, girando como una hélice.
El monte de mi pueblo es una bomba de relojería. Por eso me da tanto miedo el fuego.